Afganistán no es una derrota más, ni siquiera es un símbolo: es un giro en la Historia, con mayúsculas, la que trae guerras, revoluciones, crisis profundas.
Culpabilizar de los males de Méjico a España, como hace López Obrador, el presidente de la República, es comportarse como un truhán contra sus antepasados.
Vaya el criollo López y exija excusas retrospectivas a, entre otros grupos étnicos locales, tlaxcaltecas y huexotzincas, los grandes aliados indígenas del extremeño.
La toma de la capital mexica, un laberinto, fue épica: corrió el rumor de que Cortés había muerto, los mexicas arrojaban a los españoles cabezas cortadas de sus compañeros, a otros les arrancaron el corazón. Hambruna, epidemia...
La gesta apenas ha sido tratada por el cine español. Revela las alucinaciones, delirios y trastornos graves de españoles e hispanoamericanos respecto a su pasado común, un territorio dominado todavía por la ignorancia, el desentendimiento y el odio.
La obra política de Hernán Cortés, el reino de la Nueva España, tan extenso a su muerte como la Europa comprendida desde Lisboa a Viena, duró 300 años.
El Gobierno de Pedro Sánchez está mostrando todas sus debilidades y carencias de un modo dramático y descarnado a cuenta de la caída de Kabul en manos del Talibán.